viernes, 13 de mayo de 2011

Coleccionista de piedrecitas (III)

Y así todos los días. Desde que dialogaron por primera vez, Peter y Rachel quedan siempre en la orilla de la playa en la que se conocieron. Principalmente, lo que hacían era coleccionar piedrecitas de mil formas diferentes y divertidas para más tarde, hacer muchas cosas, cosas diferentes. Pero no solo eso. Se contaban sus alegrías, sus preocupaciones, sus miedos, sus aficiones. Como dos hermanos. Como dos verdaderos amigos. Como si fuesen algo más que eso, aunque no lo eran. Por lo menos por ahora, nunca sabes lo que te encontrarás a la vuelta de la esquina, y, bueno, ya habían pasado más de quince días juntos, desde que se conocieron, y se han cogido mucho cariño. Ya era dieciséis de julio, hacía bastante calor, y entonces decidieron darse un baño en el mar. El agua estaba muy agradable, muy tranquila, no había niños jugueteando con una tabla de surf de corcho, gritos, ni olas grandes. Es normal, eran las ocho y media de la tarde, la playa estaba desierta. Los dos se adentraron en el mar poco a poco, pasito a pasito. A Rachel le daba un poco de repelús que las mini-olas (algo frías) chocasen contra su vientre, lo que hacía que ralentizara su paso. Pero esto se arregló rápido, Peter la cogió del brazo y tiró de ella cariñosamente, para que se mojase entera de golpe. El tirón que le dio el chico hizo que Rachel, que no lo esperaba, resbalase y cayese justo encima de su querido amigo. Y allí estaban. En silencio. Ruborizados. Con el agua por las rodillas. Rachel, encima del chico. Peter, debajo de la chica. En una postura que ninguno de los dos esperaba que un tirón de brazo proporcionase. Sus rostos estaban muy pegados, y sus ojos muy abiertos. Rachel rompió el silencio.
-Mira esta piedrecita, Peter - la chica sumergió su mano en la orilla y sacó una piedra con forma de corazón - ¿la coleccionamos?
-Me encanta, es realmente bonita - dijo Peter, mientras posaba su mano derecha en la mejilla de Rachel - aunque no tanto como tú.
Rachel quedó prendada. Nunca un chico le había dicho algo tan romántico. Era la primera vez en su vida que se había enamorado, y justo en ese instante, surgió su primer beso de amor. Peter acercó sus labios a los de la chica, y esta, sin dudas, aceptó.

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