
-Dime, ¿qué pasa? - preguntó ella.
-Mi tío Ed, la razón por la que estoy aquí, ya se ha curado. Mi padre quiere que volvamos a mi ciudad lo antes posible, y será dentro de pocos días... - le dijo, con la mirada hacia abajo y los ojos llorosos.
-Pero... eh... bueno... uhmm... - susurró Rachel, a la que no le salían palabras.
-Me acabo de enterar esta mañana y te lo quería decir lo antes posible, para aprovechar los días que nos quedan juntos...
-¿Y qué voy a hacer sin ti? - cuestiona la chica, rompiendo a llorar.
-¿Y yo? ¿Y yo qué? ¿Crees que yo quiero irme ya? ¡Pero los dos sabíamos que esto iba a llegar más tarde o más temprano...!
-Claro que no, ¿qué nos queda? ¿el olvido?
-No sé. No lo sé, de verdad, nunca había estado así con nadie. Lo que menos me apetece es olvidarme de todas las mañanas recogiendo piedrecitas contigo, bañándonos en el mar, ver juntos los atardeceres, tus abrazos, tus besos... lo que menos me apetece es olvidarme de ti, Rachel.
La chica, emocionada y a la vez muy triste, le abraza. Lo quiere, ella lo sabe muy bien. Y él a ella, muchísimo. Pero ambos saben que esto no tenía futuro alguno. Se dieron el último beso, largo, bonito y sincero. Se abrazaron (e hicieron cosas mucho más empalagosas y rosas que mejor que no las cuente) y cada uno se fue a su chalet veraniego en esa mágica playa de Boston, cerca del puerto de Nueva York, donde un día dando un largo paseo los dos alcanzaron su costa. Sin dudas, este ha sido para cada uno el mejor verano de sus vidas.